Prólogo del libro

A lo largo de nuestra vida solemos encontrarnos con personas que, de alguna forma, dejan huellas profundas. Ya sea por su forma de actuar, su manera de relacionarse o por su capacidad de entregarse sin miedo por el bien de quien más lo necesita. Estas personas suelen ser, a menudo, modelos para los demás.

Dado que sus ideas, exigencias y convicciones se reflejan en su vida, ésta se vuelve accesible y tangible para quien tiene la suerte de estarles cerca. Estas personas no se quedan en sí mismas, sino que se juegan sin reservas por los demás, y por eso se vuelven convincentes y abren horizontes a quienes las encuentran.

Generalmente no suelen ser ejemplos placenteros ya que, con su compromiso de vida, cuestionan e interpelan la vida de uno mismo. Sin embargo, su desafío no quiere herir susceptibilidades; se trata, más bien, de una invitación a abrir el corazón, los brazos y los ojos a las necesidades de quienes nos rodean.

El libro que tenemos en las manos permite encontrarnos con un joven de este tipo: uno que no se conformaba con poco, con una vida mediocre; él era un joven que construía su propia existencia con esfuerzo, para amar siempre y responder con una atención radical y coherente a las necesidades de los demás.

Marcos cuestionaba, desafiaba. Era un joven simple, auténtico y concreto. Cuando se equivocaba, no se quedaba a mirar “llorando” las metidas de pata; tenía la grandeza de pedir perdón y de volver a empezar.

Sabía que él no era perfecto y, por eso, le otorgaba tiempo y espacio a quien –como él– se había equivocado. Marcos se esforzaba por llegar a cada persona con un amor de servicio, con un corazón abierto y con aquella tenacidad y convicción de quien custodia un ideal grande en su corazón.

Él no tenía medias tintas: para él cada ‘próximo’ era, en aquel instante, el ¡“centro del universo”! Viviendo así, su existencia se fue transformando en una verdadera obra de arte.

Pocas semanas antes de su muerte Marcos me había dicho –y lo tomo como su testamento, el cual guardo como una perla preciosa en mi corazón–: «–¡Salus, no te conformés con poco! Sé radical como sos radical. No aflojés, no te vuelvas un mediocre… y ayudáme a vivir de la misma manera. ¡Rezá, para que yo no pierda la dirección y sea coherente con mis convicciones!».

Esa, me parece, es la síntesis de la vida de Marcos: su SÍ a la vida, a la suya y a la de los demás. Era un SÍ encarnado, que no lo había alejado del mundo sino, más bien, lo había llevado a enraizarse con firmeza en las realidades humanas, abriendo sus ojos a las necesidades de quien tenía cerca…

Él era consciente que con su vida concreta, de cada día, podía aportar su granito de arena para construir un mundo nuevo, un mundo más unido. Un mundo en el que surgiese la esperanza, la fe y el amor concreto, y lo hacía con gusto, con radicalidad y coherencia.

En estas páginas podremos descubrir a Marcos paso a paso. Él fue un joven como tantos otros. Sin embargo, ese “algo más”, fruto de un compromiso de vida sin medias tintas, lo hacía convertirse en ejemplo para muchos: una invitación a “mirar alto”, a lanzarse para realizar en la propia vida un sueño grande. ¿Estaremos dispuestos a responder a esa invitación con su misma generosidad?

Mirando la vida de Marcos, puedo afirmar que se convirtió en una respuesta fecunda a la exclamación de un grande de nuestros tiempos: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan» (Pablo VI).

Con su vida, Marcos ofrece una respuesta concreta a las exigencias e interrogantes de muchos jóvenes de hoy.

Salus Kerber
Rosario, enero 2010